miércoles, 6 de febrero de 2008

La Musica como dispositivo de tortura...


En julio del 2005, en plena crisis vital, debí decidir si seguir viviendo alquilada en el centro de la ciudad o comprar un pequeño, y más que humilde, malogrado apartamento producto de una de esas tantas soluciones habitacionales que se vieron nacer en esta ciudad por los años sesenta. Me decidí por la última opción por aquello de la propiedad privada. El pequeño apartamento se encuentra ubicado bastante fuera de la ciudad y una vez en aquella comunidad reviví mi infancia, reviví las historias de aquel barrio maracucho en el que crecí: risas de niños correteando y jugando fútbol bajo la lluvia, tangos de Gardel atravesando la oscuridad de la noche, cantos negros de trabajo ya perdidos en la historia que sólo nacen nuevamente en la memoria por los sonidos de un tambor que te despierta en la madrugada, el olor a torta casera, los perros en la calle, las flores en los balcones. La primera semana que dormí en mi apartamento la disfrute a pesar de todo, lo mejor fue escuchar a Mercedes Sosa, mientras me tomaba un café, cantar Con el Corazón al Sur y aquel “mi barrio fue una planta de jazmín, la sombra de mi vieja en el jardín.. Pero pronto vendría lo mejor de la historia.
Ya luego de instalada conocí a los vecinos y con ellos las recomendaciones, hasta me recomendaron remodelar el apartamento y de 56 metros podría sacar un apartamento de tres habitaciones con vestier y todo ya me dirían la formula; conocí las miradas de recelo haciéndome sentir intrusa, la Señora del apartamento de arriba lavaba cada cierto tiempo su apartamento y se me antoja que le tira agua a las ventanas como lo recomienda “Hermes el Iluminado”: con mucha agua y jabón azul para sacar las malas intenciones y las malas energías, y va ella y me las lanza a mi y a mi que me da miedo todo dejo que el agua entre cual chubasco maracucho y me quedo paralizada y al final es quien está de visita, mas hábiles en eso de las convivencia en comunidad, que les grita:
- COOOOOÑO estas mojando toda esta mierda deja de tirar agua.
Un día cualquiera mientras se realizaban las remodelaciones para que hicieran de mi baño algo habitable, se nos ocurrió que debíamos salir de todo el trabajo en un sólo fin de semana y un domingo en la mañana el martillo eléctrico comenzó a desmoronar el piso de granito emitiendo un ruido infernal que mantenía a mi hija pegada a mis piernas y se comenzaron a oír toda clase de gritos propinados por uno de los vecinos reclamando. Me asusté, lo juro, bueno... no tendría que jurarlo, el que me conoce sabe que de veras me asuste, y el vecino subió a reclamarme con los ojos todos hematizados que si “había llevado en la madrugada a su hermana al medico” pero yo como que creo que el alcohol había hecho lo suyo y la resaca no lo dejaba en Paz. Luego de que con su tono de molestia y rabia me hubiese reclamado, se fue para luego regresar con el presidente del condominio a recordarme de muy buen modo las normas del condominio, normas que yo desconocía enteramente y entonces deje pasar la situación, se detuvieron los arreglos hasta el otro día sólo porque el presidente del condominio cargaba una gorra de Las Águilas del Zulia y reconocí en él ese melodioso acento maracucho.
La verdad es que eso de las normas de protección contra el ruido como contaminante o en todo caso elemento perturbador es algo que aun no me queda claro. Es cierto que la clase de ruido que emite un martillo eléctrico alcanza decibeles dañinos para el oído humano, eso no es discutible, pero el ruido será emitido por un periodo de tiempo corto que te lleva a protegerte en ese instante, pero y ese otro sonido, que se supone debe ser sublime, recreativo, estimulante del ocio y la relajación como lo es la música, que hay de cuando ese sonido se convierte en un dispositivo de tortura que estoy segura esta siendo utilizado por la CIA y el Mossab (Servicio Secreto Israelí). Desde que llegue a este mi nuevo barrio no es que escuché a Gardel en la lejanía al igual que aquel mágico tambor en la noche el primer día, no, es que he escuchado la Gasolina, Racata- Racata, las mezclas del DJ “el nene Sarcos”, las salsas ochentonas todas eróticas ellas, Olga Tañon por un centenar de veces a volúmenes insospechados y las ultimas dos semanas mi vecino o vecina ha presentado un Trastorno Ochentoso serio y escucha a Franco de Vita todos los días de siete a once de la noche. Pero, no nos llamemos a engaño, no es sólo en los barrios en que la música es utilizada de esta forma, cuando yo vivía en La Candelaria, todos los domingos instalaban una miniteca en la plaza que me despertaba a las ocho de la mañana. Algunas veces, NO, muchas veces fueron celebraciones de la Alcaldía Mayor en nombre de Alfredo Peña y hoy por hoy heredadas por Juan Barreto, cada uno en un extremo de la línea pero unidos por las mismas estrategias de ¿diversión colectiva?. Otros domingos fueron lo Emblemáticos Cristianas Evangélicos, otros la PepsiCola, otros eran los escuálidos otros los chavistas, cualquiera podía “alquilar” la Plaza de La Candelaria y poner música para “divertir” a la comunidad y puedo jurar que yo me despertaba temprano para irme de allí porque la arrechera era tan grande que recordaba a Michael Douglas en “Un día de Furia” y no querría seguir sus pasos. Esta forma de abuso es institucionalizada y tolerada socialmente y no sólo ocurre en La Candelaria de igual forma La Plaza Altamira es usada para los mimos fines y si se quiere peor porque en ocasiones cierran una avenida principal para hacer aerobics o bailoterapia ¿?. Otra forma de abuso con la música o el ruido aceptado socialmente es resultado generalmente de celebraciones fanáticas (en el buen sentido de la palabra) consentidas tácitamente por la comunidad y si tu estas en desacuerdo lo callas en silencio porque de lo contrario serás seriamente expulsado. Cuando se celebró el Juego de Béisbol fueron semanas de abuso que siguieron luego con la Serie del Caribe, la música ahora utilizada como señal de jubilo por un gran triunfo no respetó hora ni lugar, las ventanas de mi apartamento vibraban al igual que las puertas por el resultado del alto volumen en el que mi vecino puso a cantar a Oscar de León y se escuchaba el León, León, león, león, sin clemencia por toda la ciudad, creo que sólo me calmaba la arrechera ante tanto abuso la cara de mi niña de un año cuando la despertaba el ruido y se quedaba con sus ojotes abiertos en la oscuridad, toda serenita ella en silencio esperando y cuando sentía que ya todo estaba calmado se volvía a dormir. El otro ejemplo fueron las elecciones: un día me despertó a las tres de la mañana la Diana y debo confesar que después del susto comencé a reírme por lo loco del asunto, otra me despertó el volvió, volvió, volvió, y en otro el se va, se va, se va.
Quien reclamaría a la Alcaldía, a la Iglesia Cristiana o a la Pepsi Cola que no hagan tanto ruido un día entero de domingo, quien le reclamaría a toda una comunidad fanatizada que dejen la ladilla del León, León, León; quien reclamaría a toda una comunidad politizada que dejen el fastidio con su se va, se va, se va o volvió, volvió, volvió. Creo que nadie seria tan suicida para hacerlo, sin embargo una hora máximo del ruido emitido por un martillo eléctrico son condenados como si de la peor persona fueras, como si fueses una criminal de Guerra o el propio Josef Mengele que te gusta torturar a la pobre gente que te rodea.
Ya mi problema con el martillo eléctrico se arreglo y ya no volverán a reclamarme, no al menos por algún tiempo, pero como hago yo, a quien le reclamo para que le bajen el volumen al CD del DJ el Nene Sarcos con su Viejo Motel, Llevaba medias negras, Amanecí contigo, Ven devórame Otra vez, En una cama de Hotel, con sus chicas del Can y Eddie Santiago, todo él y sus mezclas de mal gusto que ya tiene cinco horas sonando en una fiesta infantil, y es que no hay nada mas bizarro que una fiesta infantil con una piñata de Barny y amenizada por el coño e’ su madre del Nene Sarcos, después nos preguntamos de donde sacan nuestros niños tantas perversiones.

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