martes, 8 de julio de 2008

Ellas...


A mis amigas!

“Y me rodean, amigas, altas, bajas, guapas y feas,
resistentes pero desarmadas, buenas y malas ..
Y algún que otro día solo cansadas.
A toda prueba, viejas como la esfinge y nuevas, nuevas...
Les gusta ser tan alta como la luna y
volverse pequeñas como aceituna
Que transforman lo eterno en cotidiano,
Que conviven sin miedo con la muerte
Que luchan cuerpo a cuerpo con la suerte
hasta lograr que coma dulcemente de sus manos”.
Amigas.
Gloria Varona en la voz de Ana Belén

Una tarde, de las muchas (de las todas) que debo buscar a mi hija en su Colegio, mientras la esperaba la vi venir corriendo hacia mí junto con tres niñas más. Cuatro franelitas azul maternal corriendo olorosas a acuarela, a pega, a plastilina. Ya conocía a sus tres compañeritas: Ariangely, Arianne y Maria Alejandra, pero ese día me sorprendieron cuando al llegar me dijeron: “nosotras somos las mejores amigas”. Se implantó en mis labios una sonrisa de ternura, de emoción, de satisfacción. Esa misma semana había escuchado de varias mujeres aquel discurso, patriarcal y misógino, en el cual entre nosotras no se puede trabajar, ni convivir, ni confiar. Recordé cómo con una frecuencia desalmada he escuchado en una amplia gama de mujeres, que van desde púberes hasta adultas pasando por las adolescentes, este discurso descalificador y retorcido: “yo tengo más amigos que amigas, y es que es mejor confiar en los hombres que en las mujeres, nosotras somos muy intrigantes y chismosas”.
En su articulo “Enemistad y Sororidad: hacia una nueva cultura feminista” la antropóloga feminista Marcela Lagarde, encuentra en la cultura patriarcal (aquella que engrandece al hombre en demérito de la mujer, otorgando al primero el dominio de lo socio/cultural) una explicación a éste fenómeno que al Orden Mundial le ha dado por llamar “enemistad histórica entre mujeres”. Según Lagarde esta patriarcalidad crea y cría a las mujeres como enemigas desde una primera infancia cuando nos induce a competir por el amor del padre y/o la madre, postulado que se soporta en la teoría freudiana del Edipo Femenino (mal llamado Complejo de Electra) donde la niña inicia sus primeros ejercicios de rivalidad con la primera mujer de su vida: la propia madre. Al crecer, este enfrentamiento que ha nacido en el mundo de lo intimo y lo domestico, es decir, en la Familia, lo trasladamos a todos los ámbitos de la vida, así, cuando salimos al mundo de lo publico, reproducimos lo que aprendimos; por otro lado la sociedad patriarcal exalta desproporcionadamente la camaradería entre varones, creando el mito de que entre nosotras sólo es posible la competencia y la envidia llevándonos al distanciamiento y la falta de unión. Finalmente, Lagarde señala que en la búsqueda del reconocimiento, devaluamos a las otras mujeres y tendemos a profundizar las diferencias, lo que nos separa de ellas y nos hace antagónicas, agudizando la enemistad.
A pesar de que Lagarde recalca que las mujeres aprendemos a competir no sólo por el hombre, particularmente me parece que tras cualquier rivalidad femenina siempre estará oculto lo masculino como el trofeo a conquistar: el jefe, el maestro, el amigo, el hermano, el hijo o al menos algo que los simboliza. Lo cierto es que las competencias más frecuentes son por el hombre, se hacen usuales los triángulos mujer/hombre/mujer donde se enfrentan suegra/nuera, esposa/cuñada, mujer/mejor amiga del esposo, secretaria/asistente del jefe y por supuesto el eterno esposa/amante; lo interesante de estos triángulos es que en los mismos el hombre por lo general cumple un papel secundario que lo preserva de las agresiones y el rechazo, asegurándole siempre la compañía de alguna de las mujeres. Quizás por ser el hombre una de las causas mas frecuentes por la cual las mujeres nos enfrentamos, es que cuando para la mujer deja de ser prioridad mostrarse como el objeto de deseo que le asegura ser elegida por ese Hombre, se despierta una suerte de solidaridad y alianza entre nosotras, siendo cada mas frecuente ver mujeres ya no tan jóvenes reunirse entre ellas mismas buscado la cercanía, la identificación y la alianza.
Viendo a mi hija con sus “mejores amigas” se me hizo claro el cómo en una etapa primigenia de socialización, aun poco demarcada por la patriarcalidad, la identificación entre las niñas surge de manera espontánea, guardándose unas a otras, pero luego aprendemos tan bien el rol que nos has tocado jugar en el guión patriarcal que olvidamos como mirarnos y como reconocernos en esa mirada. Hoy recuerdo a todas mis amigas: Jackeline, Marlene, Ana, Ani, Isabel, Francis, Egla, Sergia, Rosa Maria, Marisela, Jackeline (la segunda), Delia, Carmen, Elizabeth, Adela, Edilia, Hidemar, Gladys, Maribel, Rhona, Wileima, Heidi, Yasenia, Carmen Elena, Carmen Esther, Judith y muchas otras rescatadas de los recuerdos y haciendo un recorrido en los confines de mi relación con cada una de ellas y a pesar de lo hermoso de cada historia surge la necesidad de que nos podamos saber seres designados por los conceptos, valores y nomenclaturas diseñados por la cultura patriarcal, y de ese saber y conciencia rechazar el rol que nos ha tocado jugar construyendo un mundo diferente donde se elimine la idea de la enemistad histórica entre nosotras y surjamos como iguales que como dice Carmen Alborch “nos queremos, nos envidiamos, nos compadecemos, nos enfadamos, nos prestamos a la confidencia, nos apoyamos, competimos, nos divertimos y aprendemos juntas”.

30 de junio de 2008