miércoles, 10 de septiembre de 2008

Todos Mis Libros ( I Parte)

Todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea
Para poder vislumbrar qué somos y donde estamos.
Leemos, para entender, o para empezar a entender.
No tenemos otro remedio que leer.
Leer, casi tanto como respirar. Es nuestra función esencial.
“Una historia de la Lectura”
Alberto Manguel


La mayoría de los historiadores ubican el nacimiento de la escritura de manos de los egipcios y mesopotámicos por allá en los milenios V y IV, al contrario del origen de la lectura la cual precede a la escritura y al parecer es innata al hombre. Si entendemos como lectura el proceso de descodificar e interpretar signos, entonces como dice Alberto Manguel “Leer letras es una de las muchas formas de leer. El astrónomo lee un mapa de estrellas que ya no existe. El arquitecto japonés lee el terreno en el que se va a edificar una casa. El bailarín lee las anotaciones del coreógrafo y el publico lee los movimientos del bailarín sobre el escenario; el organista lee simultáneamente en la pagina diferentes líneas de música orquestada, el padre lee el rostro del bebé buscando señas de alegría, miedo o asombro, el amante, de noche, bajo las sábanas lee a ciegas el cuerpo de su amada, (…) todos ellos comparten la habilidad de descifrar y traducir signos”.
Es mi madre una gran psicopedagoga innata, con esa habilidad para enseñar elemental y sin ninguna forma de profesionalización, de hecho esa misma madre instructora logro sacar su Primaria Completa a los cuarenta años de edad, pero ella es así: de una lucidez y una inteligencia ingénita e insuperable. De esa, una de sus tantas habilidades, se desprende la consecuencia admirable de que todos sus hijos y nietos aprendiéramos a leer antes de los cinco años. En mi caso en particular eso me hizo una niña precoz, precocidad de la que estoy muy orgullosa porque fue la única que tuve en toda mi historia y se termino muy rápido, es decir junto con la infancia. Ya a los cinco años sabía leer y escribir, condición que determinó mi entrada a la escolaridad a partir de segundo grado de primaria. Sin embargo, no fue en la escuela donde descubrí mis primeras lecturas, recuerdo que ha esa edad vivía en La Rotaria, en Maracaibo, en una urbanización de casas sencillas que se iban perfeccionando según las condiciones económicas del propietario. No era mi familia quienes tenían esas mejores condiciones, quienes sí la tenían vivían a tres casa de la mía, en una quinta hermosa, con un pequeño jardín y una tierna e inimaginable casita de muñecas, siempre había torta de chocolate y en la sala se imponía la presencia de un magnífico piano y en Navidad todo olía a pino y a nueces. No recuerdo haber jugado mucho con la niña que allí residía, en tanto ella era contemporánea a una de mis hermana y yo quedaba fuera, siempre fuera; quizás consecuncia de ello fue que en la habitación de la niña descubrí una serie de cuentos infantiles, eran pequeños libros de carátulas de pasta y dibujos sin color, estaban solitarios e intactos, y allí en esa cómplice habitación leí “Blanca Nieves y los siete enanitos” y “Un ojito, dos ojitos y tres ojitos” ambos cuentos de los hermanos Grim. Mi entrada a la escuela no estimulo la lectura y no recuerdo otro texto de importancia hasta al menos los ocho años cuando me inicie en la adicción a los comics y me leí a “Kaliman: el hombre increíble y su amigo Solin”, de ello recuerdo con afecto que esperaba con emoción la llegada de cada ejemplar, que costaba aproximadamente un bolívar débil (entiéndase no fuerte) y por supuesto la primera historia donde Kaliman lucha contra el máximo vampiro El Conde Bartoc y su amante Jessica. En esa época pasaron por mis manos: “El Fantasma”, “Mandraque El Mago” “Condorito” “Memin Pinguin” y “Hermelinda La Linda” ninguno comparados con el fascinante y muy bien proporcionado Kaliman. Leí también un libro tipo enciclopedia donde mi mamá había practicado su lectura, sus amarillentas hojas ponían al descubierto su antigüedad, no hay registro en mi memoria del nombre del texto pero el autor era Asia Medina de Dan, allí me leí el cuento “La niña Medrosa”. Mi libro de texto de tercer grado me narro los cuentos “El cuarto rey mago”, “La Virgen y los Naranjos”, “La historia de Santa Bernarda” y el poema de Rubén Darío “Margarita” : "Margarita esta linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar, yo siento en el alma una alondra cantar tu acento, Margarita te voy a contar un cuento…."

A los doce años leí novelas de corte romántico tipo “Corin Tellado”, “Jazmín”, “Bianca”, “Julia”, de esas lecturas me impresionaba como el escritor (a) lograba hacer de un hombre a quien una cicatriz le atravesaba el rostro, o una quemadura le deformaba el pecho, un galán seductor y apasionado, capaz de provocar las mas exaltadas reacciones en cualquier mujer.
A los trece, en el inicio de la adolescencia, mi timidez me hacia un niña ajena y distante; en esa época entre los libros de la pequeña biblioteca de mi casa descubrí uno de Literatura Latinoamericana, no recuerdo hoy el autor, pero sus paginas eruditas y académicas albergaron mi retraimiento, me contuvieron, me acompañaron, me abrazaron tiernamente, allí se desahogaron mis tristezas y sobre todo mis interrogantes, conocí el poema de Cesar Vallejo “Los Heraldos Negros”, Los Poemas de Andrés Eloy Blanco; extractos de la novela de Ricardo Guiraldes “Don Segundo Sombra”, “El hijo” de Horacio Quiroga. Ningunas fueron lecturas completas, la mayoría partes de algunos párrafos, pero me acercaron por vez primera a la literatura y a la narrativa preparándome para que a los catorce años junto con la profesora de Castellano y Literatura, comunista y atea (que hoy por hoy no es redundancia) me acerara al disfrute y el placer de leer, a través de “La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada” de Gabriel García Márquez. En el mismo libro había siete cuentos más de los que recuerdo “Un señor muy viejo con unas alas enormes” y “El ahogado más hermoso del mundo”. La lectura dejo de ser refugio para convertirse en un goce, en una forma de ver la vida, en sentirme presente en cada historia, en ver mi día a día presente en las historias y ya no pude dejar de comparar la realidad con lo leído. Sin saberlo me había quedado atrapada en el realismo mágico, hoy tan descalificado y atacado, como siempre se ataca lo glorioso por quienes no pueden superarlo, como siempre se intenta dar muerte al padre y consumar el parricidio. Sin saberlo me gozaba del sincretismo de nuestro pueblo, de esa manera genial en que mezcla las cosas, y fui tras la huella de García Márquez descubriendo “Cien años de Soledad” que no es la misma que leí luego a los treinta años. Pero esa exaltación duro poco, mi profesor de quinto año de bachillerato tenía el manual completo de las cien formas de destruir la creatividad y caer en el aburrimiento.
A los dieciséis años entre a la Escuela de Medicina y leí: Embriología, Histología, Anatomía, Fisiología, Farmacología y muchas otras cosas que terminaba en ía. Pero ya estaba infectada por el deseo de leer otras cosas, de descubrir y descubrirme a través de lo leído y de pronto como a los veinte años, mi mejor amiga S.C. me comento que se estaba leyendo “Tus zona erróneas” de W. Dyer, recomendando por su hermana estudiante de Sociología quien en ese momento era mi objeto de admiración por parecerme una mujer valiente y brillante, de allí se desencadeno mi idea de que todos los Sociólogos son inteligentes, sagaces y con una gran sensibilidad social, sé que no es así, pero aun me gusta creerlo. Mi amiga me presto ese libro y se inicio un fenómeno de querer poseer lo leído y entonces, como el libro no era mío y yo no podía comprarlo por falta de recursos (es decir no tenia realitos) mientras leía anotaba en una libretita aquello que me pareciese mas importante y llene una libreta completa, me atrevería a decir que anote mas de la mitad del libro, y aun conservo esas notas. No fue un libro especial por su contenido sino por lo que desato en mí. En esa época llegaron a mis manos, y ya no sé por cual vía, una gran cantidad de libros: “El arte de amar” de Erich Fromm, “Hamlet” de Shakespeare, “El Principito” de Saint-Exupéry, “Vivir, amar y aprender” de Leo Buscaglia, “El Don de la Estrella” de Og Mandino, “El Desprecio” de Alberto Moravia:“la felicidad es mucho mayor cuando menos se le advierte. Lo mismo que el aire que se respira, del que hay mucho y que solo se convierte en precioso cuando llega a faltar…”

Y seguí leyendo “Carta a un niño que nunca nació” de Oriana Fallaci, “Cuando quiero llorar no lloro” de Miguel Otero Silva: "Los seudofilósofos que pretenden dividir la sociedad en generaciones y no en clases, en edades biológicas y no en ideologías, no pasan de sofistas baratos o caros a quines la burguesía ha encomendado. La juventud a secas no es una fuerza revolucionaria sino una etapa por la cual pasan todas las vidas humanas, sin excluir a los fascistas, policías y a los que bombardean Vietnam. La única diferencia entre un revolucionario viejo y uno joven, es que el primero ha tenido que soportar en este país infinidad de persecuciones, infinitas tentaciones y sin embargo, sigue siendo revolucionario”…

Y seguí intentando leer, porque creo que me iba agotando. “La soledad del hombre” (no la termine), “Lo haría si pudiera ¡y Puedo!” (no la terminé), “Como ganar amigos e influir sobre las personas” (no la terminé), y llego “La Revolución con Marx y con Cristo” de Pérez Esclarín:
Los cristianos olvidaron que sólo se pude llegar a Dios a través de cada hombre. Los marxistas olvidaron que solo se puede llegar a cada hombre a través de Dios. Los cristianos quisieron salvar Dios sin salvar al hombre. En consecuencia perdieron al hombre e idealizaron
a Dios. Los marxistas quisieron salvar al hombre sin salvar a Dios. En consecuencia perdieron a Dios e idealizaron a los dirigentes de partido. Cristianos y marxistas, olvidaron por igual que la verdad no se posee, sino que se va haciendo en la praxis de la humanización del mundo”….
Y seguí leyendo… “El pájaro pintado” de Jersy Kosinski.
Por fin, tras prolongado examen, escogía el pájaro más fuerte, lo ataba a su muñeca y preparaba pinturas malolientes de diversos colores, que él componía a partir de los más variados elementos. Cuando los colores le satisfacían, ponía el pájaro boca arriba y pintaba sus alas, cabeza y pecho con los colores del arcoiris, hasta que quedaba más vívido y moteado que un ramillete de flores silvestres. Después, nos adentrábamos en la espesura. Una vez allí, Lekh cogía el pájaro pintado y me mandaba sujetarlo con mis manos presionándolo ligeramente. El ave empezaba a gorjear y a llamar a una bandada de su misma especie, que volaba nerviosamente sobre nuestras cabezas. Nuestro prisionero, al oírlos, luchaba por ir hacia ellos, cantando más fuertemente y con el corazón batiendo violentamente encerrado en su pecho recién pintado. Una vez reunido un número suficiente de pájaros sobre nuestras cabezas, Lekh me hacía una señal para que soltara al prisionero. Este se remontaba libre y feliz, como una mancha de arcoiris destacando sobre el fondo de nubes y se zambullía entre la banda que le estaba esperando. Durante unos instantes, los pájaros permanecían confundidos. El pájaro pintado daba vueltas de un extremo al otro de la bandada, intentando convencer a su tribu de que era uno de ellos. Pero, desconcertados por sus brillantes colores, volaban a su alrededor sin convencerse. El pájaro pintado era rechazado nada vez más lejos, a pesar de sus intentos de penetrar en las filas de sus congéneres. Poco después veíamos cómo uno tras otro los pájaros se lanzaban a un ataque encarnizado. Muy pronto aquella forma de mil colores
desaparecía del cielo y caía sobre la tierra.

Ese año leí y leí y . Todos los encuentros con esos libros fueron una cuestión de suerte, pero de esa suerte que a veces se me antoja predestinada porque llegaron para conformar y determinar mi subjetividad. Ese año la lectura paso de ser solo un goce para convertirse en una forma de subversión, de critica exhaustiva a lo establecido.


ESTA HISTORIA CONTINUARÁ