miércoles, 6 de febrero de 2008

Nostalgia...


A Carmen Luisa, Maribel, Arturo, Nahir
Y Adriana…

“En griego se dice nostos. Algos significa . La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia) y, además, otras palabras con raíces en la lengua nacional: en español decimos “añoranza”; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz distinto. Con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En ingles sería homesickness, o en alemán Heimweh”. Con estas líneas Kundera abre la historia de Irena en su novela “La Ignorancia”, donde describe el retorno de la protagonista desde Francia a la Republica Checa en 1989 luego del retiro de los rusos. Y así va dándonos a conocer la palabra nostalgia en varias lenguas y designando a Ulises como el mayor nostálgico de la historia en su Odisea por regresar a Itaca después de la guerra de Troya.
Hace algunos días recibí una pequeña Crónica de una de mis amigas que desde Florida nos contaba de sus dificultades de adaptación en aquellas tierras, recordé a Arturo que allá en Texas sufre lo mismo y Nair en Alemania y quien sabe si hasta Adrianita allá en Argentina pueda estar tomada por ese mismo sentimiento que atormentó a Ulises. Lo cierto es que el desprendimiento de la tierra donde se nace desencadena una serie de emociones que pugnan entre ellas, sin encontrar conciliar la satisfacción de la meta cumplida (el logro de vivir en una tierra extranjera pero elegida donde se desarrollara un proyecto personal) y la nostalgia (sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar). Con la partida se deja atrás la infancia y las fantasías, la adolescencia y su ímpetu, la adultez joven y los planes por cumplir y se llega a esa nueva tierra con las fantasías, el ímpetu y los planes en mora y en espera de ser ejecutados, es decir se llega a otras tierras con un saco grande de responsabilidades. Ese sentimiento no se vive sólo cuando se viajan grandes distancia cambiándose de un país a otro, sólo tiene uno que sentirse fuera de su hogar y frente a otra cultura diferente en la cual nacimos o crecimos para conocernos ajenos a ella, vulnerables y deseosos del regreso.
Acá mismo en nuestro país, este país que alberga tantas culturas extranjeras y las mezcla con una capacidad que sólo él tiene, este mismo país se divide culturalmente en su territorio para dar paso a diferencias entre sus habitantes. Para mi familia, tan merideña que llego a ser gocha, no fue fácil vivir en un barrio tan maracucho que se llamara Ricardo Aguirre; mi madre con su propio estilo, logro que nosotros creciéramos construyendo nuestra identidad en las vacaciones por las calles de Tovar y la finquita de mi abuela materna, el olor a chimó, café, miche y picante de la casa de mi abuela paterna, las merengadas de mora, los pastelitos andinos, la chicha, las arepitas de harina de trigo, la pizca, el usted, el respeto, la distancia afectiva, contrastante totalmente con esa forma de ser del maracucho, expansivo y desenvuelto; aunado a eso el prejuicio contra el gocho que lo identificaba con la ignorancia hasta el retardo mental, se representaba en los chistes que nos aprendíamos en la escuela y mamá prohibía en la casa. Muchos de mis compañeritos creían que yo era extranjera y como el venezolano aprende el culto al extranjerismo en las primeras etapas de su vida, no me agredían por ser gocha ya que ni lo imaginaban pero a mis compañeritos gochitos no les daban descanso. Ya en la universidad mi físico estaba mucho más definido y era imposible que mi prognatismo y la planitud de mis glúteos no dejaran al descubierto mi procedencia. Recuerdo en especial una ocasión cuando en la Facultad de Medicina de la LUZ nos entregaron una planilla para ser llenada con nuestros datos, mientras yo tranquila e inocente cumplía con la tarea, mi compañero de al lado estaba pendiente de lo que yo escribía y al ir por el apartado: Lugar de Nacimiento y respondía El Vigía, Estado Mérida, mi compañero me quitó la hoja y en plena aula chillo:
- Cecilia es Gocha, yo sabia, Cecilia es Gocha.
Desde ese momento por puro amor me decían la Gochita y cuando ya no me soportaban me gritaban: Gocha el Coño!
Pero un extraño cambio se estableció una vez que llegue a Caracas y cuando dije en que Universidad me había graduado inmediatamente pase a ser La Maracucha. Fue una experiencia extraña en tanto mi padre, el más Gocho de todos los Gochos siempre quiso tener esa extroversión que se gana en Maracaibo y practico tanto que en su pueblo natal, Tovar, le llegaron a decir El Maracucho, y yo parecía seguir su historia.
Ya una vez instalada en Caracas la nostalgia me golpeo tanto que comencé a ver a todos mis amigos y personas queridas reflejada en extraños, la experiencia mas delirante fue cuando mientras caminaba por el centro, frente a la Iglesia de San Francisco, vi a un señor tomándose un café y supe que lo conocía de toda la vida, que había crecido viéndolo y con gran entusiasmo lo salude con mi mejor y mas amplia sonrisa, seguí caminando emocionada de haberme encontrado a alguien tan familiar y en mi recorrido trataba de ubicarlo y lo imagine con una Gaceta Hípica y una cerveza en la mano frente al abasto del Sr. Baudilio y no cuadraba, lo imagine construyendo la tarima que montaron frente a la casa de la Sra. Yolanda donde mi hermana y yo bailamos cumbia en una de las ferias de aniversario del Barrio y nada, lo imagine en las misas de aguinaldo del Barrio y tampoco y dos cuadras mas adelante lo supe TODO: era Héctor Mayereston! y ciertamente había crecido a su lado pero yo en mi casa y él en la pantalla de televisión.
La adaptación a esta ciudad con mi nueva identidad Maracucha no era fácil, me movía en un mundo lleno de esnobistas culturales para quienes oír gaita era señal de poca cultura y la Navidad una aberración cultural donde el niño Jesús era un judío traidor y San Nicolás un maldito yanqui; la gastronomía maracucha era vista como un instrumento casi suicida donde el colesterol era el arma mortal. Sin embargo allí estaba yo oyendo y cantando gaitas, comiendo patacones, mandocas, tequeños, mojito en coco, tumba ranchos y esperando los diciembres para atravesar mi Puente sobre el Lago, pasear por la Avenida Bellavista y la 5 de julio, visitar el Paseo del Lago, la Basílica, el Museo Lía Bermúdez, el Callejón de los Pobres, Sinamaica, el Mercado Artesanal, etc…
No obstante cuando hace unos días me solicitaron escribir una Crónica Maracucha, me quede en blanco: que querían decir con Crónica Maracucha?, de que hablaría?, de que querrían que hablara?, del Empedrao?, del Saladillo?, del Mercado de las Guajiras?, del Sol?, del Lago?, de las Gaitas? Nunca lo supe porque nunca pude escribirla, es demasiado lo que se tiene por decir de la ciudad donde se creció y ninguno de esos símbolos que la representan abarcan ese significado, yo no conocí el Empedrao, ni el Saladillo, nunca me percate del Sol tan candente, esos símbolos de los que uno se aferra cuando se está lejos son sólo los instrumentos para mantener a esa tierra viva porque el verdadero miedo es el saber que mientras mas fuerte es la añoranza más se vacía de recuerdos “Cuanto mas languidecía Ulises, mas olvidaba. Porque la añoranza no intensifica la actividad de la memoria, no suscita recuerdos, se basta a si misma, a su propia emoción…”… Así en Irena “Su apego al presente ahuyentó los recuerdos, los protegió contra sus interferencias; su memoria no pasó a ser más malévola, sino más descuidada, como desprendida, y perdió poder sobre ella”. Y es que de pronto ya no es importante donde se nace o donde se creció, se está en un lugar y se forma parte de él, de su actualidad, de su problemática, ya sea que estemos integrados a él o no, y nuestras historias de incomprensión por haber sido en algún momento un Otro diferente pasan a ser sólo una más de las muchas vueltas que da la vida en el largo acontecer de la existencia.

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