domingo, 8 de abril de 2012

Domingo de Resurrección...



Mientras transitaba por la avenida que bordea al Hospital Miguel Pérez Carreño y que da paso al Puente Los Leones, me quede extasiada viendo los trajes de Nazareno; de diferentes tamaños colgaban en finas e improvisadas cuerdas que hacían las veces de exhibidores y al mismo tiempo invadían a lo largo las aceras dando la bienvenida a la Semana Santa; esas imágenes me remontaron a mi niñez, en aquel hogar gocho insertado en un suburbio maracucho bajo la dirección de una madre rígidamente católica.
En mi familia, en aquella época, la Semana Santa no era motivo de celebración si no de expiación y comenzaba el miércoles de cenizas, luego que te marcaban la frente con una cruz de cenizas en señal de enmienda, de allí en adelante debías pensar en lo que hacías para no cargarte de pecados e ir mas ligero al encuentro con la Semana Mayor. Cada viernes contado a partir de esa fecha no se debía comer carnes rojas entre otras cosas, el jueves santo debía encontrar una casa limpia y ordenada dispuesta para el retiro espiritual, las oraciones y la introspección; desde ese día no se trabajaba y reinaba la calma, estaba prohibida la música, los cantos, los bailes, las risas y entrabas en un verdadero duelo, el ascetismo determinaba esos días de luto, mientras más se acercaba el viernes santo y la crucifixión de Jesús, las actividades prohibidas se multiplican: no podías correr, ni brincar, ni saltar, porque lo estarías haciendo sobre los clavos de Jesús y así contribuyendo a profundizar sus heridas y pasarías a formar parte de la lista de los cómplices de su crucifixión, de igual forma no podías trabajar la madera ni golpearla en tanto correrías la misma suerte.
Pero llegado el Domingo de Resurrección todo cambiaba, la actitud era de celebración, de festejo y alegrías por la Resurrección de Jesucristo, y para celebrar se hacían, cono diría mi madre, siete “potajes”, siete “viandas”, es decir, siete comidas diferentes: sopas, ensaladas, arroz, pescados, dulces, llenaban las mesas y por regla, los creyentes deberían vestir de blanco con rojo (como Las Damas del Corazón de Jesús) o al menos llevar alguna prenda roja. Era una verdadera festividad.
Desde que llegue a ésta ciudad, hace ya 18 años, he visto varios rituales de Semana Santa que sostienen y contienen ésta sociedad y que en tiempos de crisis endulza los miedos y las incertidumbres: la veneración al Nazareno de San Pablo puesta en la fe de tantos creyentes sobre una caminata vestido de nazareno o en el sacrificio de desafiar las multitudes por una gota de agua bendita en la Iglesia de Santa Teresa, la adquisisción de una palma bendecida de esas que nos traen Los Palmeros de Chacao, la rabia y la retaliación desatada en la Quema de Judas, una de las mayores manifestaciones políticas de éste pueblo; cada una de esas tradiciones me conmueve, sin embargo me son ajenas e indiferentes.
Creo, por elección, en las tradiciones y los rituales como dispositivos que dan soporte tanto a personalidades, como a familias y sociedades; y son tan diferentes como cada individuo cada familia y cada sociedad. Mi elección es la celebración del Domingo de Resurrección, así: Domingo de Resurrección no Día de Pascua, que aunque signifique lo mismo siempre será Mí Domingo de Resurrección, ese día en el que todos deberíamos renacer, renovarnos, reanimarnos, redefinir un nuevo propósito en nuestras vidas, un nuevo sentido o reafirmar con las mismas fuerzas el que ya veníamos construyendo; y es que éste es el día en el que se renueva mi fe por la Humanidad.

Cecilia Dávila Dugarte
Caracas, 08 de Abril de 2012.
Domingo de Resurrección.

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