Desde hace algún rato estoy convencida que vivir en esta contemporaneidad es algo más que difícil, es: “contranatura”; y es que no hay nada más antinatural que levantarse a las cinco de la mañana y acostarse a las once de la noche, comer cuando no se tiene hambre y aguantar hambre cuando no hay tiempo de comer, relacionarse día a día con gente que nos desagrada, aguantarnos el desahogo de cada necesidad “fisiológica” y hasta en ocasiones “satisfacer” un deseo que no existe. En conclusión, vivir en contra de todo ritmo circadiano. Por todo lo nombrado el sujeto actual no es más que un pobre individuo sobreadaptado que busca inventarse la vida para poder subsistir. Quizás uno de esos elementos que menos respeta la naturaleza humana es la actual Organización del Trabajo y es que como dice Dominique Dessors “trabajar significa enfrentase cotidianamente a peligros tales como el miedo, el aburrimiento, la humillación, la vergüenza, el sentimiento de injusticia, de traicionar las propias convicciones, etc; pero así y con todos estos desconsuelos hombres y mujeres lo vivimos como ese otro amor, ocupando un lugar tan central como éste en el devenir del sujeto”. En el momento en el que el trabajo comienza a ocupa ese lugar tan trascendental en la vida del sujeto, nuestra autoimagen se va conformando sustentada desde lo laboral, insertando a la “institución”, “empresa” u “organización”, como una pieza principal de nuestro Yo, y así mismo creemos que nosotros somos un trozo fundamental e indispensable de ese Gran Otro Idealizado. Es por ello que cuando el trabajador ya no es indispensable para la empresa y ésta empuja al individuo a su salida, ese abandono se vive como una herida narcisista en ocasiones más injuriosa que un divorcio o que una infidelidad. La próxima parada de ese trabajador es ese mundo angustioso, degradante y vacío llamado desempleo, ese mundo gris y fantasmático que nos persigue a todos y que estudios relacionados con Salud Mental lo asocian con el riesgo de perder la estructuración del tiempo, la anulación del sentido de comunidad, la lesión de las relaciones sociales y la identidad, cambios del comportamiento y trastornos en las funciones biológicas, e incluso para algunos hombres, determinados por los antiguos designios de la patriarcalidad, que se asumen obligatoriamente abastecedores de sus hogares, para esos hombres el desempleo puede llevar la cara de la disfunción sexual. Después de vivir esas dos etapas que nos queda decir cuando la empresa se niega a pagar los beneficios que por años un trabajador va acumulando para un probable futuro y así lo deja sin liquidación, sin pago de prestaciones sin ningún sustento económico para poder sostenerse mientras el duelo pasa, que nos queda decir sino que en este escenario la muerte ronda.
Esta historia que puede ser la mía o la tuya o la de cualquier mujer, le toco vivirla a Gloria, quien sin que se mediara entre institución y empleada media frase, supo que “las relaciones laborales” que ella mantenía con la institución, como Profesora de Inglés, se terminaron un día cualquiera del 2008; esa desilusión, esa despedida sin palabras dio su estocada final cuando no se le cancelo liquidación, ni prestaciones, ni nada que le hiciera sentir que valió la pena, que fue parte de la institución, que perteneció a un proyecto, no, simplemente para la “institución” Ella nunca existió, lo más que pudo haber sido fue un nombre que se publicaba de vez en cuando en una cartelera, porque nunca estuvo en una nomina. La caída de Ella fue estrepitosa, esa mujer que ya llevaba varios abandonos en su haber, como cualquier mujer de 54 años, que había soportado sobre sus hombros la crianza de dos hijos sin la menor ayuda, que había salido al mundo del trabajo desde joven ya fuera cuidando niños o haciendo tortas, un día quedo desamparada, con deudas, con obligaciones, con responsabilidades y un gran extravío, el extravió de la depresión y la angustia. Quizás porque aún existe en mi una dosis de a ratos inadecuada de idealismo, me afano en esperanzarme cada día para sobrevivirme y llegue a pensar que Ella podría superar y hasta ganar esa afrenta que decidió iniciar contra la empresa, pero cuando la realidad se estrella por enésima vez en mi cara la indignación me arropa, eso me volvió a pasar un día cualquiera de este 2010 cuando me entere que Ella ya no pudo soportar tanta angustia y tanta presión y la sorprendió la muerte en la figura aciaga de un Infarto.
Esta historia que puede ser la mía o la tuya o la de cualquier mujer, le toco vivirla a Gloria, quien sin que se mediara entre institución y empleada media frase, supo que “las relaciones laborales” que ella mantenía con la institución, como Profesora de Inglés, se terminaron un día cualquiera del 2008; esa desilusión, esa despedida sin palabras dio su estocada final cuando no se le cancelo liquidación, ni prestaciones, ni nada que le hiciera sentir que valió la pena, que fue parte de la institución, que perteneció a un proyecto, no, simplemente para la “institución” Ella nunca existió, lo más que pudo haber sido fue un nombre que se publicaba de vez en cuando en una cartelera, porque nunca estuvo en una nomina. La caída de Ella fue estrepitosa, esa mujer que ya llevaba varios abandonos en su haber, como cualquier mujer de 54 años, que había soportado sobre sus hombros la crianza de dos hijos sin la menor ayuda, que había salido al mundo del trabajo desde joven ya fuera cuidando niños o haciendo tortas, un día quedo desamparada, con deudas, con obligaciones, con responsabilidades y un gran extravío, el extravió de la depresión y la angustia. Quizás porque aún existe en mi una dosis de a ratos inadecuada de idealismo, me afano en esperanzarme cada día para sobrevivirme y llegue a pensar que Ella podría superar y hasta ganar esa afrenta que decidió iniciar contra la empresa, pero cuando la realidad se estrella por enésima vez en mi cara la indignación me arropa, eso me volvió a pasar un día cualquiera de este 2010 cuando me entere que Ella ya no pudo soportar tanta angustia y tanta presión y la sorprendió la muerte en la figura aciaga de un Infarto.
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