viernes, 25 de noviembre de 2011

En el Día Internacional contra la Violencia de Genero va un Reflexión acerca del amor femenino como fuente de Violencia…



En el discurso de la mujer siempre ha estado presente el amor, amor y mujer parecen ser una díada indisoluble, pero lo delicado es que ése amor se presenta esencialmente como una queja, como un lamento, como un desconsuelo; y desde esa condición femenina ha crecido una forma de amor sufrido que habita junto con el dolor, el maltrato y la violencia.
Para empezar a hablar de la mujer y amor es indispensables pasar por algunos de los estudios de Freud y uno de los más citados por quienes han estudiado este tema es “El problema económico del masoquismo” (1924), en él Freud describe tres formas de masoquismo, aquel que se presenta: “como condicionante de la excitación sexual, como una manifestación de la femineidad o como una norma de la conducta vital” a decir: masoquismo netamente sexual, masoquismo femenino y masoquismo moral.
El segundo, que es el que nos interesa, Freud lo explica basándose en las fantasías de hombres masoquistas en las que “el sujeto se transfiere en ellas a una situación características de la femineidad: ser castrado, soportar el coito o parir”. La explicación parece ser muy obvia: si el hombre para disfrutar de su masoquismo fantasea ser mujer está claro entonces que la mujer es constitucionalmente masoquista. Esta teoría condenaría a la mujer al sufrimiento sólo por pasar por condiciones biológicas como: la menstruación, la desfloración, gestación, el parto y la menopausia. Seria “su destino biológico” el sufrir. De allí algunos psicoanalistas explicaron las relaciones de amor poco adecuadas y muchas veces maltratadoras como una consecuencia de su propio deseo de sufrir.
En 1932 en su conferencia sobre Femineidad Freud refiere: lo que sucede es que en la mujer, y emanada de su papel en la función sexual, hay una cierta preferencia por la actitud pasiva y los fines pasivos y estos se extienden al resto de su vida, más o menos penetrantemente, según qué tal protipicidad de la vida sexual se restringa o se amplifique. Pero a este respecto debemos guardarnos de estimar insuficientemente la influencia de costumbres sociales que fuerzan a las mujeres a situaciones pasivas. En esta conferencia Freud introduce un elemento particularmente de importancia y es esa “influencia de costumbres sociales que fuerzan a las mujeres”, es decir que hay elementos socioculturales que determinarán esa condición pasiva y de extrema tolerancia de la mujer. Es esa teoría la que se mantendrá por algunos freudianos y con la llegada de la Otredad al mundo filosófico y psicoanalítico encontrará sustento.
En 1964 Lacan nos revela que “En el psiquismo no hay nada por lo cual un sujeto pueda situarse como masculino o femenino, lo único que puede situarse en el psiquismo son equivalentes: actividad o pasividad que están lejos de representarlo en forma exclusiva... las vías de lo que se debe hacer como hombre o como mujer están totalmente abandonas al drama, al escenario que se coloca en el campo del Otro, lo que es propiamente Edipo. Lo que debe hacerse como hombre o como mujer, el ser humano lo aprende siempre y completamente del Otro”. Entonces lo femenino y lo masculino se construye desde la mirada del Otro y con respecto a la mujer y el imperativo cultural amoroso, Ana Tersa Torres en su artículo “La construcción del sujeto femenino” nos dice: “la mujer es educada en la idea del amor. Sólo el amor, pasional o no, garantiza la estabilidad del vínculo. El deseo sexual es efímero, fragmentario, y no necesariamente acorde con un vínculo estable. La mujer se debe al amor, al amor a la familia, a los hijos, a la casa y su trasgresión es siempre la traición de esos vínculos. Mientras haya sido fiel a ellos se le perdonaran sus fracasos sus insuficiencias”. Quizás por ello Guilles Lipovetsky afirma que “en la mujer se confirma una necesidad de amar más constante, más dependiente, más devoradora que en el hombre. De ahí la desesperación femenina ante la vida sin amor (...) Esta vocación femenina para el amor se verá exaltada innumerable veces en el siglo XIX y luego en el siglo XX por la cultura de masas (...) Durante los años sesenta nace un nuevo feminismo, que lanza sus flechas no tanto contra el amor en sí como contra la manera en que se socializa a las mujeres y se las somete al ideal romántico sentimental”.
Quizás la teoría freudiana del masoquismo era un intento de dar una explicación científico médica a esa condición pasiva y tolerante de la mujer, y hoy nos parece una locura, pero quizás lo que plantean algunos de los freudianos contemporáneos nos dé una visión ante esta posición, ellos nos dicen que: la biología femenina no la hace inevitablemente masoquista, pero sí la prepara para aceptar en silencio las imposiciones sociales que descalifican su independencia y autonomía. La tolerancia femenina al sufrimiento, postulan, es un intento de obtener seguridad y satisfacción de la vida a través del anonimato y la dependencia, estableciendo así, inconscientemente, el valor estratégico del sufrimiento para defenderse de profundos sentimientos de insignificancia que le producen una intensa necesidad de afecto y aprobación. En ese sentido, el sometimiento es visto como defensa.
Y es que muy a pesar de las luchas feministas, desde las más álgidas y fecundas hasta las más cotidianas, la mujer sigue presentándose como un sujeto amoroso, como un ser que vive y se desvive por el amor. Se han alcanzado logros, se ha invadidos espacios prohibidos y sin embargo nos sigue persiguiendo la necesidad de amor y el temor al desamor y al abandono. El imperativo cultural nos persigue y “sin amor no somos nada”. Y así vamos tolerando relaciones maltratadoras a fin de satisfacer el mandato cultural de cuidar ese vínculo y mantenerlo indemne. Quizás hace algunos siglos, cuando el amor no existía, cuando los matrimonios se negociaban y esa era la norma, existirían otras heridas pero no la que se erige actualmente en la mujer cuando no es elegida, cuando ve pasar los años sin una propuesta amorosa “seria”, cuando un hombre la deja por otra que también dejara por otra; cuando le dice frente a frente que “no es su prioridad”; cuando le vuelve a decir “que no quiere compromiso”. La pregunta que sale de los labios de esa mujeres, que al final somos todas, es como el presagio de una herida, de un dolor, de una rabia que se dirigirá hacia sí misma “que tengo yo que no me quiere” “que hice que me deja” “soy una fracasada, una mujer incapaz de mantener una relación estable” “debo estar enferma, algo debo tener que me busco a estos hombres que me dejan” y salen y saldrán frases hirientes hacia sí misma preservando al hombre, porque para ella, es ella quien tiene la anomalía. El amor sigue presentándose en la mujer como un absoluto que parece completarla, los discursos masculino y femenino se van distanciando en esta nueva cultura en la que según algunos filósofos el sujeto ha desaparecido. Mientras un hombre de cuarenta años le dice a una joven hermosa de 24 que no es su prioridad y que él debe trabajar para construir un futuro tranquilo, una mujer de cuarenta años siente que su vida profesional y laboral es satisfactoria y que ahora más que nuca resiente la falta del amor y por ello debe buscarlo.
Lo preocupante es ver día a día cómo el amor las destruye, sean estas mujeres neuróticas o algo más que enfermas, y en ocasiones se cansa uno de un discurso que puede acompañar a esa mujer que teme por su vida en manos de un hombre que la golpea pero que al salir del consultorio esa mujer estará sola y a merced de aquel hombre a quien ama. Sin embargo, mantendré la esperanza en la búsqueda de un amor más equitativo, más justo y sobre todo más placentero, búsqueda que algunas mujeres ya llevamos adelantada con sus consecuencias inevitables, pero siempre esperanzadas de encontrar un lugar fuera del amor sufrido y maltratador al cual nos condena ésta cultura que se niega a dejar de ser patriarcal.

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